Susurraban las hojas en el árbol; cantaba en ellas la brisa que recorre el mundo.
Sentado bajo un árbol, el pequeño Yegor escucha la voz de las hojas, su lenguaje de palabras breves, sus murmullos. Yegor quiso saber el significado de esas palabras del viento, qué le decían y, poniéndose de cara a él, preguntó: “¿Quién eres? ¿Qué quieres decirme?
El viento se calmó, como si en ese momento también él estuviera escuchando al niño, y luego volvió a balbucear, moviendo las hojas y repitiendo las mismas palabras.
“¿Quién eres?”, Yegor repitió su pregunta.
Nadie le respondió. La brisa dejó de soplar y las hojas parecieron dormirse. Yegor esperó a ver qué pasaría ahora, pero sólo empezó a atardecer. La luz amarilla del sol poniente iluminó el viejo árbol y se hijo más tedioso vivir. Debía irse a casa, a comer y dormir en la oscuridad, pero a Yegor no le gustaba dormir, quería vivir sin descanso y de este modo lograr ver todo aquello que vive por su propia cuenta. Lamentaba que por la noche debiera cerrar los ojos, porque las estrellas brillaban solas en el cielo, sin qué el participara de aquello.
Atrapó un escarabajo que se arrastraba por la hierba camino a su hogar y examinó la cara diminuta e inmóvil del insecto, sus ojos negros y bondadosos, que observaban a Yegor y a todo el mundo.
“¿Quién eres”, le preguntó Yegor.
El escarabajo no contestó, pero Yegor se daba cuenta de que el insecto sabía algo que él desconocía, y que simplemente fingía, se hacía el pequeñito, que se había vuelto escarabajo a propósito sin serlo realmente, sino otro alguien, Yegor no sabía quién.
“¡Mentiroso!”, exclamó Yegor y colocó al escarabajo patas arriba para descubrir quién era en realidad.
El escarabajo permanecía en silencio y sacudía con terrible fuerza sus rígidas patas, defendiéndose frente a la intromisión humana, negándose a someterse. A yegor le asombró la tenaz osadía del escarabajo, le cogió afecto y se convenció aún más de que no era un escarabajo, sino alguién más importante y listo.
“¡Mentiroso, no eres un escarabajo!-le espetó Yegor en un murmullo al insecto en su misma cara, mientras lo escudriñaba satisfecho-. No finjas, porque igual sabré quién eres. Así que mejor confiésalo.
El escarabajo agitó a la vez todas sus patas y brazos, amenazando a Yegor, que entonces decidió no seguir discutiendo con él.
“Cuando yo caiga en tus manos, tampoco diré nada”, y lanzó al escarabajo al aire para que volara a sus asuntos.
El escarabajo voló un poco, luego se posó en la tierra y continuó a pie su camino. Yegor se sintió de pronto aburrido sin él. Comprendió que nunca más lo vería y aun si lo viera, no lo reconocería, porque en la aldea había muchos otros iguales. Se iría a vivir a algún lugar, después se moriría y todos lo olvidarían: sólo Yegor recordaría al anónimo escarabajo.

Platónov

Gracias Rubén ^.^

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